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Puente de Segovia

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Puente de Segovia

La célebre “Vista panorámica de Madrid” de Anton van den Wyngaerde, dibujada hacia el año 1561, muestra la primera “puente segoviana” documentada, como antecedente del actual. Construido en plena baja Edad Media, posiblemente en el siglo XIV, era un puente de arquitectura gótico-mudéjar, de trece ojos en disposición de  arcos de medio punto adovelados de piedra, y con fachadas de aparejo “toledano”, es decir, de mampostería entre verdugadas de ladrillo. El extremo occidental del puente estaba dotado de dos pretiles oblicuos de acceso y salida al mismo. Con motivo de las excavaciones arqueológicas efectuadas entre 2007 y 2010, con motivo de las obras de soterramiento de la M-30, inesperadamente aparecieron  unos metros al norte del puente actual varios de los pilares de este puente, desaparecido hace más de 440 años.

La “Nueva Puente Segoviana”, el remodeladísimo Puente de Segovia actual, inició su existencia a instancias de una Provisión Real emitida por Felipe II en el año 1574, quien encargó a su Maestro Mayor de Obras, Gaspar de Vega, las trazas de los planos y las condiciones de ejecución.

Fallecido el arquitecto Gaspar de Vega en el año 1577, del puente apenas se habían realizado los cimientos, encomendando el rey la continuación de los trabajos a su arquitecto estrella, Juan de Herrera, que en esos momentos se hallaba dirigiendo las obras de construcción del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Herrera rediseña los planos de de Vega, conservadores en su estética de tradición mudéjar, creando uno de los considerados primeros puentes “modernos”: se diseña una rasante horizontal; las claves de los arcos resaltan en relación a la cornisa; las fachadas y los tajamares se articulan mediante pilastras que se unifican en la cornisa… No obstante, las luces de los arcos lucen amplitudes diferentes porque el arquitecto Herrera se tuvo que ceñir a las cimentaciones ya establecidas por Vega. El puente se dio por finalizado en el año 1584.

El puente, que cruza el río Manzanares, se encuentra al final de la actual calle de Segovia y desemboca en la glorieta de su nombre, en el inicio del actual Paseo de Extremadura. Se compone de nueve ojos con arcos de medio punto almohadillados, separados por tajamares en “proa de barco” en su fachada norte, y de planta semicircular en su fachada sur, que están culminados por coronamientos cónicos de sillería. A un nivel superior aparece la sencilla cornisa compuesta por una hilera de sillares que sustenta pretil coronado con las típicas bolas de piedra escurialenses.

Además de los elementos descritos, el puente disponía también, en su extremo oriental, de dos rampas de acceso al norte y al sur de la ribera del río, y de un “antepuente”, que era una calzada elevada con la misma construcción en sillería de granito, que discurría por la parte final de la calle Segovia, pocos metros más al oeste del actual viaducto. Posiblemente queden restos de la cimentación de este antepuente bajo la actual calzada asfaltada de la calle.

A lo largo del siglo XVII y debido a las crecidas primaverales del modesto río Manzanares, el puente sufrió diversos daños a pesar de su solidez, interviniendo en sus reparaciones y trabajos de mantenimiento maestros de obras destacados como José del Olmo o Juan de Pineda. Ya en el primer tercio del siglo XVIII intervendría en trabajos de reparación el gran arquitecto Pedro de Ribera.

En los años 80 del siglo XIX el antepuente sería parcialmente demolido y enterrado con motivo de las obras de urbanización de la barriada que se construía entre la Ronda de Segovia y el Paseo de la Virgen del Puerto.

Durante la Segunda República, y por el Gabinete de Accesos y Extrarradios, se planifica el ensanche del puente, que en origen medía 8,65 metros de anchura, para facilitar el tránsito de vehículos a motor y la salida desde el centro de Madrid hacia la carretera de Extremadura. El proyecto, efectuado en 1934 por el ingeniero Vicente Olmos, preveía el ensanche del puente hasta los 31 metros,  y para ello se fraccionó en dos partes en toda su longitud, desmontando su fachada sur y desplazándola los metros necesarios, permaneciendo tan sólo la fachada norte en su emplazamiento originario. Apenas iniciados los trabajos se produjo el estallido de la guerra civil (1936-1939); en el transcurso de la misma el mando militar republicano decidió dinamitar el puente para impedir el acceso a la capital de las tropas nacionales. El puente quedó casi completamente destruido a excepción de los arcos más extremos. Finalizada la guerra, la Jefatura de Obras Públicas volvió a encargar al mismo ingeniero Sr. Olmos la reconstrucción del puente. Los trabajos de reconstrucción y ensanche finalizaron en 1943. Nuevamente, y por el mismo ingeniero, entre los años 1955 y 1960, con motivo de la canalización del Manzanares en  ese sector, se  restituyeron los alzados originales del puente al recuperar pilares parcialmente enterrados por los sedimentos del río, construyéndose, además, las embocaduras en ambos extremos que hoy podemos contemplar, así como grandes vanos adintelados para la circulación de vehículos en previsión de la vía de circunvalación que se preveía construir en las riberas del río, la futura M-30.  La última remodelación del puente, efectuada entre 2007 y 2010, con el soterramiento de la mencionada autovía urbana, ha tratado de recuperar  la estética original del mismo, con la desaparición de los mencionados vanos adintelados y del tráfico de superficie. 

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Autor de la foto

José Manuel García Valles

Autor del texto

Julio Real

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