Crónicas desde mi azotea o No es tan fiero el león como lo pintan

Puede que mi porte no luzca tan vistoso como los empingorotaos de mis primos de las Cortes, siempre presumiendo de su pasado melitar, o como el de los relamíos de mis primos de la Cibeles, más hinchaos que un buñuelo y to’ porque van tirando del carro de la diosa, cosa que no me paece seria y más propia de caballerías u similar. Y no es que uno carezca de motivos pa’ presumir, pues sepan, señores, que yo desciendo na’ más y na’ menos que de un santo. Eso por no hablar del agua de mi fuente. Mejorcita no la había en to’ Madrí. ¡Si hasta en una zarzuela lo decían: “¡Agua de la fuentecilla, la mejor que bebe Madrid!“!

Lo que pasa es que uno es de natural modesto y no le gusta largar a la prensa y que vayan trascendiendo mis intimidades por ahí. Ay, si hubieran pillao en su época el perro Paco o el elefante Pizarro la prensa rosa ...

Pues aquí donde me ven llevo luciendo percha ya la friolera de doscientos años, pero no se vayan ustés a creer que por eso sea uno un carca, que entoavía estoy hecho un chaval y no pasa moza por delante mi azotea sin que se vaya acompañá de un par de piropos. Mis vecinos del prencipal, un dragón y oso, envidian mi sitio previlegiao y el uso y disfrute que del mismo hago. Yo me pongo a hacer ‘lucubraciones y les digo:”Sí, sí, ustés pueden ser to’ lo heráldicos que quieran, pero digo yo que si la autoridá competente me puso a mí en la azotea por algo sería, ¿no?”.

Y lo entretenío que se me pasa el día, viendo al prójimo pasar calle pa’rriba calle pa’bajo. Amos que no pierdo guipa y me entero de to´ cuanto pasa en el barrio. ¡Y la de cosas que uno ha visto en tos’ estos años, puf! Algunas han pasao a mejor vida, como aquellos tranvías que transitaban justito por aquí delante, arrastraos por mulas hasta que fueron jubilás por el fluído léztrico - uséase la liztricidá - , o los serenos que, aparte su función social y pública respezto a la vecindá, me hacían mucha compañía, pues sepan ustés que las estatuas por naturaleza propia no pegamos ojo en toa’ la noche, y nos la tiramos en plan búho o lechuza, que pa’ el caso es lo mismo.

No les voy a negar que echo de menos los tiempos en que mi fuente era visita obligá de aguadores, de chiquillos y chulapas con su falda de céfiro y su pañuelo de crespón. ¡Cuánta vida, cuánto bullicio a mi alrededor! Y risas, y discusiones, cotilleos y algún que otro romance... Pero ese invento diabólico del agua corriente nos ha dejao a las fuentes un poco abandonás.

Y qué les voy a contar de mi barrio. Más castizo no lo hay, y de sus gentes pa’ qué hablar. Ya pu’en hacerme ofertas que yo de aquí no me muevo. ¡Amos, que no me cambio ni por el león de la metro goldín meyer! Pero cuando más bonito está el barrio es en las fiestas de agosto, en plena canícula, cuando con más fuerza sacude el lorenzo. Entonces sus calles y balcones se engalanan que pa’ qué más, el aire se llena de alegría y hasta suena algún que otro chotis y pasodoble arrancaos de un organillo que da gusto escucharlo. ¡Que si no fuera porque uno es de piedra y tie’ que aguantar el tipo me iba de verbena! Eso sí, cuando pasa la patrona siempre la saludo humilde y con devoción, y ella me devuelve el saludo sonriendo, porque también los animales, incluso los más fieros, tenemos un huequecito en su corazón.

En fin, señores, que no les agobio más, que tendrán ustés cosas que hacer. Mis amigos me conocen por Ramón y ya saben dónde encontrarme: en to’ lo alto de la Fuentecilla, en plena calle Toledo.

NOTAS: La Fuentecilla se alza en el cruce de las calles Toledo, del Humilladero y de La Arganzuela. Levantada como monumento conmemorativo del regreso de Fernando VII, al igual que la Puerta de Toledo - obras ambas del arquitecto Antonio López Aguado -, su pilón proviene de la fuente de la Abundancia, que se erigía en la Plaza de la Cebada. El león - Ramón, como se le conoce popularmente entre los vecinos del barrio - fue esculpido utilizando material de la estatua de San Norberto - de ahí la ascendencia a la que alude Ramón – que se encontraba en el convento de Premostratenses, destruido durante la ocupación francesa. El dragón - o grifo - y el oso, los vecinos de Ramón, son los animales que han venido poblando el escudo de Madrid desde su orígenes. El agua de la que se surtía la fuente provenía del arroyo del Abroñigal.

La Fuentecilla fue declarada como Bien de Interés Cultural en la categoría de Monumento en 1997.

Información extraída de http://www.monumentamadrid.es
 

Madrid, 5 de abril de 2009

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