Por el Madrid del general Primo de Rivera

Desde 1917 el régimen monárquico estaba en un estado de desprestigio absoluto. Por un lado, la guerra colonial de Marruecos esquilmaba al país de hombres y de recursos. En algunos pueblos de Madrid y otras provincias de Castilla, las despedidas a los soldados que partían para África se hacían con ceremonias tan solemnes como un funeral, pues no otra cosa eran que funerales anticipados. Se sabía de antemano que de los que iban, muchos no regresarían jamás, situación que creó un trauma nacional comparable al que sufrirían mucho después los Estados Unidos con la guerra del Vietnam. Todo ello en una sociedad donde todavía no estaban cicatrizadas las heridas de la guerra anterior, la de 1898.

Por otro lado, la incapacidad de los gobiernos para resolver la cuestión obrera había llevado a las zonas industriales, especialmente las de Cataluña, a un estado de violencia callejera y de disturbios permanentes, donde se enfrentaban casi a diario pistoleros pagados por la patronal con pistoleros pagados por el anarquismo.

Ante la amenaza de que la revelación de episodios de corrupción en el seno del Ejército salpicara a la Corona y la dejara deslegitimada totalmente, el 13 de septiembre de 1923 el capitán general de Cataluña, don Miguel Primo de Rivera, se sublevó contra el Gobierno y dio un golpe de Estado con el apoyo de la mayoría de la oficialidad. La dictadura que se implantaba en España tenía un elemento de similitud con la de Mussolini en Italia, pues aunque se dotaba a un jefe de poderes casi absolutos, en ambos casos se respetaba la figura de los monarcas preexistentes. En el caso español, casi todas las demás instituciones fueron desmanteladas o refundadas, lo que suscitó adhesiones en parte de los elementos conservadores e incluso en los progresistas, que querían para España cualquier cosa menos la perpetuación en el tiempo de la pantomima heredada del siglo anterior.

El nuevo régimen de 1923 tenía en su base apoyos muy diversos, desde parte del espíritu post-98 que veía en Primo la ocasión definitiva para la reconstrucción del país, hasta populismos de derecha que querían “poner España en orden”, pasando por discursos que hoy podría asumir perfectamente el movimiento 15-M, como el de “acabar con los profesionales de la política”. Primo creó un gobierno militar, el Directorio, al que encomendó funciones de emergencia, hasta la implantación de un nuevo Directorio, compuesto ya por civiles, en el mes de diciembre de 1925.

Los grandes logros de la política de Primo fueron la pacificación de Marruecos y el inicio de grandes obras públicas. La guerra de África, la gran espada de Damocles que veían sobre sus cabezas todas las familias con hijos en edad de ser llamados al servicio militar, fue vencida cuando con apoyo del ejército de Francia se puso fin a las correrías del caudillo rifeño Abd-el-Krim. La política de obras públicas, en la que colaboraron eminentes ingenieros de caminos, fue de tal calado que en parte los gobiernos de la República y del franquismo siguieron viviendo de sus directrices hasta la década de 1960.

Un rascacielos americano en la Gran Vía.

Para poner orden en el barullo de diferentes compañías existentes en el sector de la telefonía, Primo de Rivera ordenó crear la Compañía Telefónica Nacional de España (CTNE o popularmente, “La Telefónica”) para que absorbiera todas las redes de cableado existentes. Igualmente, de manos de la empresa norteamericana ITT, se harían enormes modernizaciones en el servicio, incluyendo la construcción de grandes centrales de telefonía automática, lo que supuso un enorme avance sobre las primitivas centrales, donde las operadoras (era un empleo casi totalmente feminizado) conectaban manualmente, con cables y clavijas, la línea del abonado con la de su interlocutor, teniendo acceso directo a la conversación con evidente perjuicio de la privacidad de los usuarios. Las centrales automáticas empezaron a copar las ciudades, mientras que las manuales subsistieron todavía algunas décadas en los pueblos más pequeños, adonde había que indicar a la operadora “Por favor, ¿Me puede poner con el 3453?”. Muchas veces, saltándose todos los reglamentos, estas operadoras sacaban provecho personal de los cotilleos que escuchaban durante sus jornadas laborales, y se convertían unas veces en chantajistas, otras veces en meras liantes.

En plena Gran Vía se instaló un edificio que, a la vez de albergar una de estas centrales nuevas, pudiera servir de gran sede monumental de la CTNE. Fue construido entre 1926 y 1930 bajo diseños del arquitecto Ignacio de Cárdenas (1898-1979), y a pesar de los adornos neobarrocos que lo decoran, son claras sus influencias estadounidenses. Al contrario que otros rascacielos posteriores de Madrid, construidos enteramente en hormigón, su estructura es de vigas metálicas, lo habitual en el Nueva York o en el Chicago de entonces. La altura es de 89 metros, sin contar las antenas que se le fueron añadiendo con el tiempo, y desde entonces es uno de los símbolos de la zona Centro de la ciudad.

La Ciudad Universitaria.

La siguiente gran obra acometida en Madrid por aquellos años fue la de la Ciudad Universitaria, pensada como sustitutivo de la Universidad Central de la calle de San Bernardo y de otros edificios de enseñanza superior dispersos por toda la Villa. En este proyecto, como en el de la sede de la Telefónica, también hubo influencias de diseño tomadas de los Estados Unidos, pues varios de los promotores insistieron en sustituir el viejo concepto de universidad como edificio cuasimonacal por el de un campus abierto con edificios diferenciados, entre los que se intercalarían amplias avenidas e instalaciones para la práctica de deportes. El Ministerio de Instrucción Pública, antecedente del de Educación, sondeó varios posibles emplazamientos para el nuevo complejo docente, y se llegó a pensar en los terrenos situados entre el Retiro y el entonces límite municipal con Vicálvaro, en el arroyo Abroñigal. Finalmente fue elegida la finca de la Moncloa, pues al pertenecer ya al Estado, se ahorrarían enormes cantidades de dinero en expropiaciones.

A partir de 1929 se efectuaron inmensos movimientos de tierras en la zona, bajo la dirección del arquitecto Modesto López Otero. Además de los edificios para las Facultades, se construyó una amplia avenida, una de las primeras de España en encajar en lo que ahora definimos como “autopista”, para que en el futuro fuera la salida de Madrid hacia la carretera de A Coruña, salida que en aquel entonces se hacía por San Vicente y la Avenida de Valladolid. La labor de López Otero fue tan admirada que los sucesivos regímenes políticos de 1931 y de 1939 le mantuvieron al frente de las obras.

El Circuito Nacional de Firmes Especiales.

Con este nombre se conoce a la reforma de las principales carreteras de entonces para convertirlas, si no en autopistas, por lo menos en unas vías aptas para el paso cómodo de los automóviles. Por entonces, Primo había creado también la Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos (CAMPSA) y el transporte por coche o camión ya estaba dejando de ser una novedad (impulsada sobre todo por la Primera Guerra Mundial) para tener gran utilidad tanto en el campo civil como en el militar. Muchas de las carreteras preexistentes, de tierra compactada, no dejaban de ser las de la época de Carlos III, cuando no reutilizaciones de antiguas calzadas romanas, por lo que el Circuito impulsó la construcción de nuevos puentes, la introducción de pavimentos de asfalto u hormigón o la ampliación del radio de las curvas.

El ferrocarril de la Sierra Norte.

No debemos dejarnos en el tintero algunas iniciativas del primorriverismo en materia de ferrocarriles, pues en 1926 se aprobó el Plan de FFCC de Urgente Construcción, en el que se establecía una nueva línea que debería unir Madrid con Burgos por el puerto de Somosierra, lo que acortaría en 90 kilómetros el recorrido de Madrid a la frontera de Irún, realizado desde el año 1864 vía Ávila, Medina del Campo y Valladolid. Este ferrocarril quedó construido en gran parte en esos años desde las inmediaciones de Gargantilla del Lozoya hasta Burgos, aunque la parte comprendida entre Madrid y Gargantilla no se iniciaría hasta 1934 en algunas zonas, y hasta la época de Franco en otras. La trascendencia de este proyecto para Madrid se basa en que a las tres grandes estaciones existentes en la ciudad (Atocha, Príncipe Pío y Delicias) se añadía una cuarta en el todavía pueblo de Chamartín de la Rosa. Esta estación de Chamartín no fue una realidad hasta la década de 1960, y hoy es una de las más importantes del país. Con respecto al ferrocarril de Burgos, pasó por periodos muy largos de paralización y no fue terminado hasta 1968. Desde comienzos del siglo XXI se encuentra semiabandonado, pues los nuevos AVE lo han dejado obsoleto para el transporte de viajeros de larga distancia, pero todavía espera una oportunidad como corredor de mercancías o como tren de cercanías a Miraflores.

Otros dos ferrocarriles previstos en el plan de 1926 fueron el de Villamanta a Arenas de San Pedro, en la zona fronteriza con Ávila y Toledo, que no llegó siquiera a ver terminadas sus obras, y el de Circunvalación de Madrid, que directamente no pasó del papel, pero que era la expresión de un problema ya importante entonces, el de enlazar los ferrocarriles de las distintas compañías. Con un trazado totalmente diferente, fue iniciado ya en tiempos de la República.

Decadencia del primorriverismo.

El régimen de Primo de Rivera, aun habiendo despertado en sus inicios consensos muy amplios, y habiendo influido enormemente en el desarrollo económico de España, quiso hacer compatible ese desarrollo económico con la ausencia de libertades políticas y sindicales, lo que a largo plazo terminó volviendo a generar tensiones sociales que parecía que se habían eliminado en los primeros años. Varios intelectuales manifestaron sus críticas a la dictadura, cuando no su oposición directa, caso de Ramón María del Valle-Inclán o de Miguel de Unamuno, y la cohabitación que había sido posible con el Partido Socialista se acabó rompiendo cuando Indalecio Prieto y otros izquierdistas acabaron diciendo también “no” a don Miguel. El 28 de enero de 1930 Miguel Primo de Rivera presentó su dimisión al rey Alfonso XIII, gesto que le honra, pues fue junto con Adolfo Suárez el único mandatario español del siglo XX que tomó esa decisión cuando vio que el país ya no le quería. Formó nuevo gobierno otro militar, Dámaso Berenguer, pero sin el bastón de apoyo que había supuesto Primo en todos esos años, la monarquía no tardó en tambalearse, y en caer al suelo en cuestión de poco más de un año.

Otros acontecimientos de aquellos años.

En 1924 fue inaugurado el Museo Romántico, en la calle de San Mateo, que fue refundado en 2009 como Museo Nacional del Romanticismo.

En 1928 comenzaron las obras del monumento a Miguel de Cervantes, en la Plaza de España.

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Autor del artículo

Juan Pedro Esteve García

Comentarios

Alberto Martín Quintana(hace 11 años)

Interesante artículo el que has escrito, con algunos detalles que desconocía por completo. No obstante, y sin querer entrar a polemizar sbre un periodo sobre el que no conozco demasiado, me gustaría hacer dos precisiones que no sé si cimpartirás: a nivel de obras públicas, creo que el periodo de la dictadura de Primo de Rivera no se caracteriza -en Madrid- por su ampli odesarrollo, sobre todo en los años inicialers. Der hecho, creo que salvo las obras de la Ciudad Universitaria, el resto no dejan de ser fases consecuentes del periodo anterior; así, por ejemplo, el edficio de la Telefónica se levanta en la Gran Vía, que sí fue un revulsivo en el urbanismo de la ciudad, tal y como lo fue el Barrio de Salamanca o el de Argüelles. Sí que es cierto, a mi modo de ver, que la dictadura supuso el fin consecuente a una situación política que en los años 20 ya era insostenible y que no había evolucionado en absoluto desde el Pronunciamiento de Sagunto de 1874. Ahora bien, creo que ello no desmerece el periodo de la Restauración que supuso el final de las luchas fraticidas entre españoles (sucesivos pronunciamientos, destronamiento de Isabel II, I República, cantonalismo...) y la estabilidad política que promoció una cierta recuperación ecnómica. Todo ello en un país con una tasa de anafalbetismo del 70%. Por eso, me parece un poco fuerte calificar de "farsa" dicho período pues, aun con sus fallos, fue el mejor remedio en la España del siglo XIX aunque ya no sirviera en el siglo XX. En fin, es solo mi opinión. Por lo demás, fenomenal.

Manuel Romo(hace 11 años)

Buen artículo Juan Pedro,
Afortunadamente, otra dictadura que quedó tan sólo para el recuerdo.
No es por chinchar, pero sugiero una revisión de las dos imágenes que aparecen en el trabajo.
Un abrazo.

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