Árboles de Madrid. El plátano de sombra.

El plátano de sombra es probablemente el árbol más extendió por la ciudad de Madrid. Lo encontramos en todas partes. Con su tronco alto y blanquecino (si no ha sido desmochado), con sus grandes hojas palmeadas y con sus típicos frutos en forma de dos bolitas del tradicional “pica-pica”, ocupa aceras, caminos, jardines y parques de forma habitual. Está tan presente en nuestra ciudad que pasa desapercibido, sobre todo por no resultar excesivamente llamativo en ningún momento del año.

Cuando alguien se interesa por él, escucha sorprendido e incrédulo su nombre, porque, entre nosotros, plátanos, lo que se dice plátanos, son los de Canarias. Hay que explicar entonces al interesado que el plátano de sombra es un árbol artificial, de origen incierto, que no aparece en estado natural, aunque se asilvestra con facilidad  y que es el resultado de un  cruce entre el plátano de oriente (Platanus orientalis), originario del sureste de Europa y suroeste de Asia, y el plátano de occidente (Platanus occidentalis), que proviene del este de Estados Unidos.  De ahí, otro de sus nombres: platanus hibrida.

Al parecer esta hibridación tuvo lugar antes del siglo XVII, según algunos autores en Inglaterra, en el Jardín Botánico de Oxford, y para otros en España, en los Jardines de Aranjuez, donde se encuentran los ejemplares más antiguos y bellos de nuestra comunidad.

Concretamente  los situados en Jardín del Príncipe entre el río Tajo y la Calle de la Reina   tienen su origen a finales del siglo XVIII y principios del XIX por lo que es de suponer que algunos de ellos han superado los 200 años.

Una visita a estos jardines nos permitirá apreciar tres ejemplares admirables, los tres catalogados como árboles singulares y los tres con nombre muy popular: el padre (el más grande), la madre (el más alto) y los gemelos (dos por uno).

Otros lugares de Madrid donde podemos admirar ejemplares magníficos son el Retiro, en el Paseo de Coches o alrededor del foso de los monos de la antigua Casa de Fieras; en la Casa de Campo, a los lados de sus carreteras y caminos y el conocido como Plátano Gordo, en el lago; en la carretera del Pardo, cerca de los viveros de la Villa; en el Paseo de la Florida, junto a las iglesia de San Antonio de la Florida; y, sobre todo, en infinidad de nuestras calles donde proporcionan fantástica sombra en la época calurosa.

El plátano soporta la dureza de la vida en la gran ciudad y se adapta a la contaminación excesiva, a la falta de espacio y a las necesarias podas (a veces excesivas) para impedir que sus ramas terminen entrando por las ventanas de las casas.

El nombre genérico platanus procede del vocablo griego platys, ancho, haciendo referencia al tamaño de sus hojas. La denominación específica hispanica hace referencia a que los ingleses le denominaban plátano de España, pensando que este híbrido procedía de nuestra península, quizás de los jardines de Aranjuez. Actualmente, se pone en duda esta interpretación y algunos autores se inclinan por volver a denominarle específicamente como Platanus orientalis variedad acerifolia.

Los plátanos de San Antonio de la Florida se encuentran junto a las iglesias del mismo nombre. Uno pegado a la actual parroquia y el otro, catalogado como árbol singular por la Comunidad de Madrid,  en la conocida como Senda del Rey, protegido de los inamistosos por una pequeña cerca.

La ermita de San Antonio de la Florida ha sido derribada y vuelta a construir varias veces a lo largo de su historia.  La primera ermita que se construyo en 1720  fue obra de José de Churriguera, colocándose en ella en 1732 la imagen de San Antonio de Padua e inaugurándose las romerías en su homenaje. Todavía hoy, el 13 de junio, se conmemora dicha festividad y se cumple la tradición de las modistillas, acudiendo las jóvenes a pedir un buen novio al santo: en una pila bautismal colocada en las afueras de la iglesia se depositan los alfileres propios de la profesión y las jóvenes introducen su mano en el agua, esperando sacar pinchados muchos alfileres que, según la tradición, se corresponderán con el número de pretendientes que tendrán ese año.

La primitiva iglesia fue derribada en 1768 para construir la carreta de Castilla y en 1770 Carlos III encarga la nueva construcción a Francisco Sabatini. Esta segunda ermita fue derribada por orden de Carlos IV para comenzar las obras del nuevo Palacio de la Florida.

Las obras del palacio comenzaron de inmediato, entre 1792 y 1798, abarcando también la construcción de la nueva ermita que, a partir de este momento, empieza a denominarse de  San Antonio de la Florida y que es lo único que se conserva de toda la edificación. La obra fue realizada por el arquitecto italiano Filippo Fontana que diseño un edificio neoclásico con planta de cruza griega. La decoración interior, de gran sencillez, sería después realzada con la pinturas al fresco con pinceladas al temple de Goya, quien, como pintor de cámara, fue el encargado de realizar la decoración de la ermita. A los pies del presbiterio se encuentra el panteón del pintor, en la que se conserva la lápida que tuvo en el cementerio de Burdeos, ciudad en la que falleció. Los restos del pintor fueron trasladados desde Burdeos mezclados con los de su amigo Martín Miguel de Goicoechea, con quien estaba allí enterrado, para evitar riesgos de identificación.  Dos cuerpos, pero solo una cabeza, puesto que la de Goya falta, robada probablemente para realizar estudios frenológicos.

La ermita fue declarada Monumento Nacional el 1 de abril de 1905 y estuvo abierta al culto hasta 1929, año en que se trasladaron los oficios a un edificio gemelo para preservar las pinturas y construido por el arquitecto Juan Moya entre 1925 y 1929. A partir de entonces se convierte en museo, propiedad de Patrimonio Nacional, aunque su custodia fue cedida al Ayuntamiento de Madrid, que lo gestiona desde 1987.

La Senda Real fue el camino natural por el que se accedía desde el antiguo Alcázar madrileño, situado donde hoy se encuentra el Palacio Real, a la Casa Real que Enrique III rey de Castilla  mandó construir en el Monte del Pardo en 1405. Esta senda, salía del alcázar  y abandonaba la ciudad por la Puerta de la Vega o por otra situada más al norte, para descender posteriormente hacia el río Manzanares y dirigirse al norte por lo que actualmente es el paseo de la Florida y la avenida de Valladolid.

Con el crecimiento de la ciudad, la senda, sobre cuyo trazado se hizo posteriormente la carretera de El Pardo, ha seguido practicable hasta la actualidad, aunque en algunos momentos ha estado a punto de desaparecer bajo las sucesivas ampliaciones de la M-30.

Todas las fotografías han sido realizadas por José Manuel García Vallés.

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Autor del artículo

José Manuel García Valles

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