Paseos por Madrid. Tercer recorrido: El Manzanares, un río de arte
El Manzanares, un río de arte.
El Manzanares tiene pocos ríos con los que compararse. Alejado de los fabulosos ríos de las grandes ciudades europeas tales como el Danubio en Praga o Budapest, el Escalda de Amberes o incluso el Sena parisino, tampoco es un sencillo arroyo. Es, simplemente, una ficción de río, un “aprendiz de río” como lo definió Quevedo.
Durante siglos, el Manzanares fue el lugar que sirvió para abastecer de agua a Madrid, sirvió de marco para que las famosas “lavanderas” dejasen impolutas sus sábanas y como lugar de esparcimiento para los madrileños tal y como nos muestra Goya en su famoso cuadro “La Merienda a orillas del Manzanares”; más tarde, con la popularización del automóvil, se convirtió en el punto “ideal” por el que hacer pasar parte de la ronda de circunvalación más importante de Madrid, la M-30.
Sin embargo, solo con los nuevos usos dados a la zona mediante el proyecto de Madrid Río es cuando podemos apreciar un continuado conjunto de lugares interesantes cuyo punto hilo conductor es, precisamente, nuestro “aprendiz”.
Por ello, y aunque alejado de las rutas más turísticas, una completa visita de Madrid no debe dejar de lado todos los monumentos y lugares que salpican dicho entorno y que se extienden desde las ermitas gemelas de San Antonio de la Florida hasta el antiguo Matadero. La época ideal para hacer el recorrido será en la primavera o a finales de septiembre, cuando ni el extenuante calor del verano ni el riguroso invierno madrileño condicionarán nuestro paseo, un paseo que puede llevar aproximadamente unas dos/tres horas para recorrerlo con tranquilidad mientras disfrutamos de un entorno ahora salpicado de bonitos jardines y frescas fuentes.
Para llegar al punto de partida, nada mejor que acudir en Metro hasta la Estación del Norte (actual Príncipe Pío), donde hasta no hace tantos años salían los trenes con destino a la frontera francesa pasando por, entre otros lugares, Asturias. Precisamente asturianos fueron los orígenes de “ Casa Mingo ”, la famosa sidrería que desde 1888 ofrece a turistas y madrileños su afamada sidra asturiana acompañando los ricos pollos asados que nos darán fuerzas para esta ruta.
Tras un buen vaso de sidra, acudimos a la Ermita de San Antonio de la Florida , aunque bien podríamos hablar de “las ermitas”, dado que tras la declaración de la ermita original como Monumento Nacional en 1909, y enterrado aquí el insigne Goya que pintó sus famosos frescos, se consideró que para conservar la obra del artista (que se iba deteriorando por la humedad y por el humo de las velas), lo mejor era acometer la construcción de una iglesia gemela a pocos metros de la original, iglesia que se levantó ya en 1928.
Si bien en el mismo lugar en el que se levanta la actual iglesia, hubo otras anteriores de Churriguera y luego de Sabatini, lo cierto es que la ermita “original” (la que se sitúa a la derecha) es obra de Felipe Fontana que la levantó por encargo del rey Carlos IV a finales del s. XVIII.
Pocos años después, fue Goya el encargado de pintar los famosos frescos que realmente merecen una visita aprovechando la gratuidad del acceso a la ermita. He de reconocer que, pese a la simplicidad de la escena representada (la resurrección milagrosa de un hombre que había sido asesinado a fin de poder testificar sobre la inocencia del padre del Santo, que era acusado injustamente de dicho asesinato), los frescos tienen la originalidad de que parecen realizados sobre figuras en relieve y no sobre una superficie plana, quizá porque en la cúpula en que están representados se dibujó una barandilla que parece auténtica.
Actualmente, la ermita sirve de marco a la famosa Romería de San Antonio, que se celebra cada 13 de junio, y a la que acuden las jóvenes casaderas a pedir un novio tal y como refleja la zarzuela Luisa Fernanda , del maestro Torroba:
A San Antonio , como es un santo casamentero,
pidiendo matrimonio , le agobian tanto
que yo no quiero pedirle al santo
más que un amor sincero .
Tras la visita a esta sencilla y tranquila ermita, nos dirigimos al eje vertebrador de nuestra visita de hoy, nuestro “aprendiz de río”. Para ello, cruzamos prudentemente el Paseo de la Florida, pasamos junto a una bonita escultura de nuestro genial Goya que le representa con su gesto adusto, y nos topamos con el precioso Puente de la Reina Victoria , llamado así en honor de la princesa Victoria Eugenia con la que se casó el rey Alfonso XIII, si bien en tiempos de la República conoció un nombre menos “real”: el de Puente de Galicia. El puente y la ermita que acabamos de dejar atrás tienen, curiosamente, un nexo común: el puente fue inaugurado un 13 de junio (en este caso, de 1909), coincidiendo con la famosa romería citada más arriba, por lo que podemos comprender fácilmente el ambiente festivo que rodeó la mencionada romería el mencionado año.
Se trata, a mi modo de ver, de uno de los más bonitos puentes que cruzan el Manzanares, quizá por la esbeltez de sus líneas o quizá por su tenue toque modernista reflejado en barandilla y farolas. Aunque es utilizado a diario por cientos de vehículos, basta bajar hasta las márgenes de nuestro río capitalino para tener una bonita visión del puente sobre nuestro río.
Y a en la ribera del Manzanares (recomiendo el lado que da al Paseo de la Florida), disfrutamos de un apacible paseo, muy posiblemente acompañado de nuestros queridos gorriones madrileños y echando la vista atrás para ver pasar de vez en cuando una cabina del teleférico que une la ciudad con la Casa de Campo.
En un momento determinado giramos nuestra vista a la izquierda y nos sorprende, en lo alto de una pequeña cuesta, una enorme bandera de la Unión Europea, situada en plena Glorieta de San Vicente. Y es que desde mayo de 2010, Madrid se convirtió en la primera capital de la UE, fuera de Bruselas, en la que ondea una bandera europea de forma permanente.
Curiosidades aparte, y mientras nos acercamos a ver de cerca la mencionada enseña, nos topamos con la Puerta de San Vicente que antes, cuando salíamos del Metro de Príncipe Pío, no descubrimos. Antiguamente llamada Puerta de la Florida, se trata de una reconstrucción moderna de la Puerta originalmente mandada construir por el Marqués de Vadillo (corregidor de Madrid en el siglo XVIII) y erigida por Sabatini en 1775, si bien ésta sustituyó –a su vez- a otra levantada apenas medio siglo antes por Pedro de Ribera y que tenía un marcado aire rococó con volutas, escudos, contracurvas... La actual, o mejor dicho, el original de la actual, estuvo presente en nuestra ciudad hasta 1890 y no fue hasta 1995 cuando el Ayuntamiento decidió erigirla de nuevo en el lugar en el mismo lugar. Y es que en nuestro querido Madrid, pese a carecer de una muralla defensiva digna de tal nombre (lo cual se demostró cuando la ofensiva napoleónica sobre la ciudad allá por el mes de diciembre de 1808), las Puertas se han ido sucediendo por doquier y en un constante “quita y pon”.
Pero no nos despistemos y sigamos nuestro camino por entre los diversos jardines fruto de la operación Madrid Río. Porque, tras pasar el desconocido Puente del Rey (ejemplo de gasto suntuoso dado que fue construido en el primer cuarto del siglo XIX con la única finalidad de que el rey Fernando VII “el Deseado” pudiera cruzar desde el Palacio Real hasta la Casa de Campo que por aquellos entonces era posesión real), y avanzando apenas unas decenas de metros más en este paisaje ahora tan agradable lejos de vehículos y humos, nos acercaremos a otra pequeña iglesia: la Ermita de la Virgen del Puerto .
De nuevo el arquitecto Pedro de Ribera (el que construyó la primitiva Puerta de San Vicente) y el Marqués de Vadillo aparecen íntimamente unidos en esta obra del siglo XVIII (aunque nos recuerde en cierta medida una obra de principios del XV), dado que si el primero fue quien levantó la ermita, fue el segundo quien la encargó y ahora, curiosamente, es quien tiene su sepulcro en el interior. También curioso es el origen de paseo y ermita que comparten nombre, dado que se llamaron así en honor a la mencionada Virgen que era patrona de Plasencia, ciudad natal del Marqués de Vadillo que fue quien encargó la obra (ya desde entonces el interés público se confundía con el privado).
La ermita tiene una estructura cuadrada, de ladrillo visto con cubierta de teja en la nave y unos chapiteles cubiertos de pizarra tanto en el centro de la iglesia como en las sendas torres campanario que enmarcan la entrada a la misma. Y si la ermita es modesta de dimensiones, el interior lo es aún más, reforzando el recogimiento que se respira un día cualquiera de primavera debido a la práctica ausencia de visitantes.
Salimos de la ermita y, a medio camino entre su entrada y el propio río, echamos la vista atrás y descubrimos que sobre la ermita, y un poco más lejos, se alza la Catedral de la Almudena que otro día aprovecharemos para visitar. La vista es fabulosa. Y recomendable.
Pocos pasos más allá nos encontramos con uno de los puentes más famosos de Madrid: el Puente de Segovia . Se trata del puente más antiguo de los actualmente existentes en la ciudad, ya que fue encargado por el rey Felipe II, siendo Juan de Herrera el encargado de realizarlo y acabando el mismo en 1584. Su visión es imponente, con nueve “ojos” de medio punto y todo él construido en granito. Lo que sabe poca gente de la que acude a los estanques recientemente construidos alrededor, es que el puente no tenía originariamente la anchura actual, sino que se ensanchó a finales de la década de los 50 del siglo pasado moviendo uno de sus lados algunos metros más allá, lo que permite que ahora circule sobre él una gran cantidad de vehículos procedentes o con destino al suroeste de Madrid.
Tras abandonar este idílico paisaje, en el que críos de todas las edades disfrutan con el agua de las fuentes que lo rodean, proseguimos nuestro camino. En este punto, quizá sea interesante cruzar el Manzanares y situarnos en la ribera exterior del río, ya que durante los próximos cientos de metros podremos gozar de buenas vistas solo mirando a nuestra izquierda, rodeándonos en todo caso de jardines y del fabuloso Jardín de Pinos, hoy aun un poco raquítico pero que en el futuro ha de ofrecer uno de los puntos más agradables del nuevo Manzanares.
De esta forma, atravesamos el Puente Oblicuo (antigua carretera hoy reconvertida en pasarela peatonal), dejamos atrás y a nuestra izquierda un vanguardista edificio de cristal que acoge un hotel de la cadena NH y volvemos a cruzar en este caso por el Puente de Andorra, un curioso puente de hierro que hasta 2011 era anodinamene llamado “Puente Verde en Y” (dado que tiene dos brazos o entradas asentados en un lado del río y solo uno en el contrario) y desde el cual aún divisamos la Catedral de la Almudena.
Pasamos junto al actual estadio Vicente Calderón, en el que los seguidores del Atlético han vivido glorias y más de un sufrimientos, y llegamos a otro de los puentes señeros de Madrid: el Puente de Toledo , que comunicaba la ciudad de Madrid a su salida por la Puerta de Toledo con la ciudad del mismo nombre.
De nuevo el arquitecto Pedro de Ribera nos sale al encuentro, pues es en parte obra suya el actual puente construido en el primer cuarto del siglo XVIII durante el reinado de Felipe IV. No en vano el citado Pedro de Ribera era el Arquitecto Mayor de la Villa por aquella época.
Y , sin embargo, no era el primer Puente de Toledo . No. Ya un siglo antes se levantó otro por el arquitecto Gómez de Mora (autor, entre otras, de obras tales como la Plaza Mayor, el antiguo Ayuntamiento de Madrid o la Cárcel de la Corte – actual Ministerio de AA.EE. -), puente que sufrió grandes daños tras diferentes riadas lo que motivó el encargo de un nuevo puente apenas 50 años después de la construcción primera. Un segundo puente que fue levantado en apenas cuatro años, pero que apenas tres más tarde fue destruido por una nueva riada, motivo por el cual los arquitectos fueron hallados responsables de un mal diseño y ejecución, por lo que fueron castigados con el destierro y a costear un nuevo puente, proyecto que tardó en ejecutarse íntegramente casi otros 50 años. Curiosamente, en la actualidad este puente se alza sobre uno de los puntos del río con menos caudal de agua tras las reformas a las que se sometió el cauce del río, por lo que parece improbable que pudiera suceder lo mismo.
A mi modo de ver, el actual puente -peatonalizado en 1974- es, de entre los tres grandes puentes monumentales de Madrid (el del Rey, el de Segovia y éste) el de más bella factura y decoración. Sus nueve vanos u “ojos” soportan una estructura de tipo fortaleza. Parece como si se hubiera trasladado a Madrid parte de las formas arquitectónicas de la ciudad que da nombre al puente, dado que los pilares de éste se asientan sobre torrecillas semicirculares coronadas por sus respectivos miradores. En el central de cada lado, nos encontramos con sendos templetes con esculturas de los santos madrileños por excelencia, San Isidro y Santa María de la Cabeza; esculturas sin duda a las que se sometió la advocación del puente para solicitar la protección de los santos patrones contra nuevas riadas que volvieran a dañar esta obra.
Entramos ahora en una de las zonas más ajardinadas dentro del proyecto Madrid Río. Quizá por ello se llena de madrileños que en las tardes de la ciudad se aprestan a recorrer los jardines salpicados de zonas de juegos y bonitos rincones. También quizá por ello mismo, o por el hecho de encontrarnos en una zona densamente poblada, en un corto espacio nos encontramos con diferentes puentes y pasarelas, comenzando por el modernísimo Puente de Arganzuela (conocido por los vecinos como “el tirabuzón”), obra del arquitecto francés Dominique Perrault, autor también de la no muy lejana Caja Mágica. Inicialmente sorprendido por este elemento que parece romper el clasicismo reinante hasta ahora en nuestro paseo, lo cierto es que su estructura metálica de forma tubular y divida en dos segmentos en zig-zag lo convierten en algo realmente único en Madrid, sobre todo cuando al atardecer los últimos rayos de sol se reflejan sobre su estructura, permitiéndola adquirir diferentes tonalidades mientras van avanzando las horas.
Nada que ver, por otra parte, con los que se alzan, pasado el de Praga, a corta distancia del Matadero: los Puentes del Invernadero y del Matadero . Se trata de dos puentes gemelos, con forma de canoa volcada y en cuyo techo aparecen representados - según se dice - vecinos de la zona practicando deporte. Enfrente del primero de ellos nos encontramos con el Palacio de Cristal de Arganzuela , un edificio construido entre 1908 y 1928 y que formaba parte de las instalaciones del antiguo matadero. Se la conoció también como “la Nave de las Patatas” por haber servido de almacén de este tubérculo desde 1940, pero actualmente se ha convertido en un pequeño invernadero aprovechando la bonita estructura de cristal y hierro.
Sin embargo, y pese a la esbeltez del edificio (decorado con esculturas metálicas de cabezas de ganado en su alero), el mismo queda anulado por el imponente conjunto que se alza a su lado, el antiguo Matadero.
Construido en el primer cuarto del siglo XX como matadero y mercado municipal de ganados (de ahí la decoración a la que hacíamos referencia en el Palacio de Cristal), consta de cuarenta y ocho pabellones realizados en ladrillo, mampostería y cerámica –materiales propios del neomudéjar que se abría hueco en Madrid (recordemos las Escuelas Aguirre, por ejemplo)-, fruto sin duda de la idea de nave industrial que estaba en boga en 1910 cuando se presentó el proyecto. Los pabellones estaban destinados a las más variadas funciones: desde mercado de ganado propiamente dicho a cocheras, servicio de incendios, sección sanitaria, cafetería o pabellón de administración y servicios.
Todos estos pabellones, que dejaron de funcionar en 1996, se están convirtiendo en un referente cultural de Madrid mediante las llamadas “Naves del Matadero”, mientras que el edificio de administración y servicios, que se ubicaba en la Casa del Reloj, es la actual sede de la Junta Municipal de Arganzuela.
Merece la pena, y mucho, pasear por entre los edificios del Matadero, ver y observar cada uno de sus elementos arquitectónicos, su acusado racionalismo en la estructura de las calles (siguiendo, como no podría ser de otra manera, el modelo alemán, en este caso de principios del siglo XX), el uso de los azulejos que le dan una vistosidad clara, los ventanales…
En definitiva, un conjunto de sensaciones visuales que se añaden al paso sereno de nuestro “aprendiz de río” que, con sus aguas tranquilas actualmente rodeadas de jardines y elementos arquitectónicos, nos han traído hasta aquí en un agradable paseo de casi tres horas de duración. ¿Quién dijo que nuestro Manzanares no es importante?
Todas las fotografías son obra del autor del texto.
Bibliografía.
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Isabel Gea Ortigas: “Madrid, guía visual de Arquitectura”.
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VV.AA.: “Dibujos en el Museo de Historia de Madrid. Arquitectura Madrileña de los siglos XVII y XVIII”. Museo de Historia de Madrid, 2007
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Diferentes folletos informativos editados por el Ayuntamiento de Madrid
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