El Madrid de “36-39: Malos tiempos” de Carlos Giménez
Con más de 50 años de trabajo a sus espaldas, Carlos Giménez ha ofrecido un variopinto número de trabajos —historias infantiles, románticas, western, ciencia-ficción— y, sobre todo, un enorme volumen de obras de carácter autobiográfico o fiel reflejo de nuestra historia más reciente: gracias al memorable Paracuellos, donde nos narró su infancia en los internados del Auxilio Social, Barrio, donde contó su adolescencia, o Los profesionales, donde reflejó sus vivencias en la profesión tras emigrar a Barcelona, hemos podido seguir la posguerra y la transición desde sus ojos. Con Sabor a menta y sus Historias de Sexo y Chapuza entramos en la democracia y en el cambio social y sexual de nuestro país.
Tras unos años de cierta sequía en nuestro país, volvió con fuerza añadiendo nuevos álbumes a sus series Paracuellos, Barrio y Los profesionales. Pero ha sido su último trabajo el que le ha llevado de nuevo a recuperar el éxito y llamar la atención sobre su obra. Se trata de la obra recientemente recopilada en un grueso volumen integral 36-39: Malos tiempos, cuatro álbumes en su primera edición en los que Giménez sitúa la acción en nuestra guerra civil y especialmente en el sufrimiento de civiles durante la contienda principalmente en la ciudad de Madrid.
Si bien el primer álbum nos muestra relatos de ambos bandos y situados en provincias como Zamora, con historias de rencillas y venganzas personales es, con su segundo tomo, donde la obra toma forma como una sucesión de pequeñas historias, aisladas pero con cierto hilo conductor, en la que el protagonismo lo tienen las personas que padecieron la contienda, especialmente durante el asedio que sufrió Madrid. Civiles, personas anónimas, hombres, mujeres y niños que vieron su mundo vuelto del revés y cómo su vida tuvo que convertirse en una lucha por la supervivencia, evitando los tiroteos, las bombas y, sobre todo, el hambre.
Enfrentados diariamente al horror y la muerte, el hambre es la fuerza que mueve muchas de las historias, el dolor de ver morir de hambre a un hijo, las mezquindades egoístas de las personas peleando por un mendrugo de pan duro o la entereza de unos padres que alimentan su hambre con el gozo de poder dar a sus hijos un plato de mondas de patata.
Destaca especialmente la historia titulada Sito, una de las más largas de la obra, que golpea al lector en cada página hasta llegar a esa última viñeta en la que un niño acomoda un hueso de su sacrificada mascota en su caseta .
La ciudad de Madrid es otra de los protagonistas de la obra, una ciudad de escombros, muros ametrallados, comercios cerrados, fábricas abandonadas y rostros hambrientos. Son sus habitantes los que, a través de sus ojos, nos cuentan el dolor y sometimiento que sufrió la ciudad. Pequeñas historias como la de aquel tendero tacaño que nunca cerró su negocio y cuya muerte pasó ignorada por la llegada de la guerra, relatos de personas apiñadas en sótanos resistiendo inmisericordes bombardeos, niños raquíticos jugando en las calles o buscando algo con lo que llenar su estómago, milicianos desarmados con más optimismo que recursos, padres abnegados que quitan de sus bocas todo lo que puedan dar a sus hijos. Madrid es una ciudad sometida pero fuerte que al grito de ¡no pasarán! resiste el embate de la guerra. Un grito que podemos oír fuerte y sonoro en las primeras páginas que va tornando en suspiro ahogado al final de este relato de orgullo castizo y derrota.
Giménez utiliza una estructura narrativa con profusión de textos de apoyo en los que, en tercera persona, introduce unas historias en ocasiones con final indefinido pero que sirven de perfecta muestra de diversas situaciones vividas por personas sencillas en tiempos extraordinarios. No hay lugar para héroes ni para hazañas bélicas, Giménez se sitúa en pie de calle, en portales, plazas y pequeños pisos semi derruidos, los protagonistas son vecinos que deben afrontar una guerra que les ha pillado en un bando y, con todo, continuar sus vidas como buenamente pueden.
La postura del autor es clara: «No soy neutral. Repito: no soy neutral. Créanme, he hecho tremendos esfuerzos por ser objetivo, ¡objetivo! Que nadie me pida que sea neutral ante el fascismo». Los arquetipos son evidentes, los malos son malos de verdad, su aspecto les delata mientras que los buenos lo son en grado superior, con rostros de bondad marcados por el dolor y el sufrimiento. En el cuarto y último tomo, tras la rendición de Madrid, surgen aquellos que anteriormente debieron ocultarse henchidos de orgullo y dispuestos a tomar represalias contra muchos de los que, en algunos casos, les habían ocultado y ayudado en los peores momentos. Un vistazo al futuro que espera a los vencidos. Sin embargo, los mayores ataques del autor no van contra opciones políticas o la división de bandos. Sus más duras palabras van dirigidas a la guerra y cómo saca lo peor de la gente: el miedo es lo que nos transforma en bestias. «¡¡MALDITO SEA EL QUE EMPIEZA UNA GUERRA!!».
En el apartado gráfico, Giménez sigue fiel a su estilo semicaricaturesco, realista en escenarios y profundamente expresivo. Los personajes llevan sus sentimientos grabados en los rostros y cuerpos. Narratívamente es un trabajo menos arriesgado que otras obras, con una composición de viñetas clásica y profusión de primeros planos y planos medios que se dirigen de manera discursiva al lector. Sus niños han perdido algo del realismo que mostraron en Paracuellos y revelan un exceso de caricatura en contraposición a los adultos. El dibujo en general se ve más suelto y falto de volumen que en sus primeros trabajos, pero sigue siendo un vehículo perfecto para lo que Giménez quiere contar.
En la parte literaria el autor puede pecar de cierto maniqueísmo, pero se lo perdonamos porque estamos ante personas reales que se ven superadas por las circunstancias, que sacan lo peor —y a veces lo mejor— de sí mismas y que, a menudo, solo hacen lo que deben para sobrevivir. Hay mezquindad, egoísmo, crueldad, venganza y resentimiento; pero también generosidad, sacrificio, perdón y entrega. Hay horror y dolor; pero también humor y esa ternura que sólo este gran autor sabe sacar de sus personajes.
Tal vez no sea un cómic que pueda interesar al lector actual o aquellos ya hartos de que nos vuelvan a contar una y otra vez la Guerra Civil, pero las pequeñas historias llenas de humanidad de Giménez pueden ser extrapolables a cualquier conflicto o lugar.
La fotografía de Carlos Giménez se ha obtenido de http://prensa.getafe.es/
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Nadie, de ninguna manera, puede sentirse indiferente ante la sangrienta barbarie fascista, pero tampoco ante la también barbarie (y a menudo ocultada por no ´se bien qué clase de razones) del comunismo. Se puede ser objetivo, cuesta mucho, pero se puede serlo mediante la reflexión, el olvido de clichés impuestos por las nauseabundas ideologías y con el estudio serio y detallado de la Historia. Lo demás, son excusas para ocultar lo inconfesable ante la doctrina de lo "políticamente correcto".
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